- ¿Eres feliz? -me preguntó.
- No, no lo soy y espero nunca serlo.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque si soy feliz eso quiere decir que ya no tengo más camino por recorrer. Y en estos años hice de mi felicidad un camino que recorro y no un destino al cual llegar.
- Suena interesante. Según tú la felicidad es un camino y no un destino. Sin embargo, tu felicidad, tu camino, parece una lucha eterna... Algo que no tendrá fin.
No pude evitar sonreír.
- ¿No es así siempre? -respondí.
- Eso suena similar a los creyentes, al cristiano que cree que la felicidad es el amor constante a Dios...
- Similar, pero no igual -respondí-. El cristiano y otros creyentes, hacen eso para llegar a su anhelado destino: "el cielo", después de morir. Yo, por otro lado, creo que cuando muera sólo desapareceré, y no hay nada, ni bueno ni malo para mi, después de todo esto. Ellos siguen ese camino por la recompensa final de su utopía; mientras que mi camino es mi propia recompensa.
- ¿Pero esperar una recompensa no lo hace algo egoísta?
- La felicidad siempre es egoísta. Si obrar el bien al prójimo te llena de satisfacción, entonces tu buena obra no ha sido tan desinteresada. Pero eso no está mal, porque es perfectamente comprensible encontrar satisfacción en la satisfacción de quienes nos rodean. El problema en sí no es la recompensa, sino la conformidad.
- ¿Cómo así?
- La infelicidad, la inconformidad, es el motor de la sociedad. Esa búsqueda de algo mejor ha creado desde neveras hasta revoluciones políticas. Lo contrario, hasta cierto punto, detiene el progreso social... Por eso te digo, que aunque siempre ando corriendo detrás de la felicidad, espero no poder alcanzarla nunca...
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