Mentir para hacer (y ser) feliz


Yo defino la poesía como una sarta de mentiras dichas con el corazón. ¿Por qué? Porque es absurdo que yo me pueda perder en el infinito de tus ojos negros. Y es que la poesía utiliza mentiras para decir la realidad; mientras que la vulgar mentira pretende ocultarla. Y muchas de esas mentiras que ocultan la realidad es con una intención aparentemente noble, pero, como dice el dicho, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.

Hace algunas semanas me impactó el relato de una mujer japonesa que contrató a un hombre para que fingiera ser el padre de su hija[1]. Resulta que, en Japón, los hijos de familias monoparentales a menudo resultan estigmatizados. De esa manera, con el tiempo, la niña se deprimió tanto que se negaba a ir al colegio. En el desespero para hacer feliz a su niña, consultó a una "agencia de alquiler de familiares", los cuales se encargan -normalmente- de enviar a un actor para fingir ser un invitado en una boda o salir en una cita, pero esta vez para ver si podían proveerla de un falso padre para su hija. Después de un tiempo, la niña se volvió mucho más alegre y extrovertida, estaba animada e incluso quería regresar a la escuela. Así que, supongo: ¡Todo eso valió la pena! ¿No?

Pero ese no es el primer ni único ejemplo de una mentira para hacer feliz a alguien que amamos. Hace algunos días, escuché la conversación entre dos madres sobre el asunto del "Niño Jesús". Ante la crisis económica en Venezuela, una de ellas se planteó la posibilidad de contarle la verdad a su hija, porque sencillamente no tiene los recursos para comprarle un regalo. Más vale que no, porque ello sorprendió a la mayoría de los presentes, desanimándola a hacerlo. Al parecer, el criterio general es el de mantener la ilusión de los niños y, por lo tanto, sostener la mentira el mayor tiempo posible.

Y si de mentiras se trata, no puede faltar la religión. George Bernard Shaw apuntó que "El hecho de que un creyente pueda ser más feliz que un escéptico es tan cierto como decir que el borracho es más feliz que el hombre sobrio". De hecho, diversos estudios afirman que la gente religiosa es más feliz que la atea. En gran parte, ello se debe a que el aspecto social en el que hace vida a una persona religiosa hace que se sienta más dichosa. Cuando un creyente va a la iglesia, construye vínculos con los demás miembros de la congregación que generan bienestar al individuo[2]. De igual manera, la creencia en un ser protector, que dice tener el suficiente poder para controlar el universo y que, convenientemente, nos ama, nos ayuda a reducir la ansiedad de la incertidumbre de un mundo el cual no podemos controlar. Incluso, psicólogos del Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Toronto Scarabough de Canadá han descubierto que las personas que profesan una profunda fe en Dios muestran una actividad menor en el área del cerebro denominada córtex del cíngulo anterior, responsable de las reacciones corporales de excitación asociadas al estrés[3]. Vale la pena preguntarse, ¿Dios en verdad existe o sólo queremos que exista por ello nos hace sentir mejor?

Ahora viajemos en el tiempo hasta la Alemania Nazi. Ahí había una creencia muy común que decía: "Si sólo Hitler lo supiera"[4]. Y esto hacía referencia a la desconfianza que tenía la población en los allegados al Führer. De hecho, muchas personas del pueblo alemán, que amaban a Hitler, sostenían que él desconocía las muchas cosas terribles que ocurrían en el país, pero que los altos funcionarios que lo rodeaban lo tenían apartado de la realidad. De este modo, para los ojos de muchas personas, Hitler no tenía la responsabilidad de muchas cosas que ocurrían, y que si se enterara, les pondría fin. Esa es una clara consecuencia del culto a la personalidad en torno a Hitler, que hacía que la gente fuera incapaz de verlo como un ser capaz de hacer crueldades o cosas perjudiciales. Tales aseveraciones se escucharon con otros líderes mundiales que disfrutaron del culto a la personalidad, y más actualmente se pudo ver en los casos más recientes de Hugo Chávez y Donald Trump[5], cuyos seguidores excusaban o excusan muchos de sus controversiales comportamientos. Así que vale la pena hacerse otra pregunta: ¿De verdad Hitler no sabía nada o sólo es una mentira que se dijeron algunos para no perder la ilusión en un líder carismático que logró empatizar con el pueblo alemán?

Ahora saltemos a la literatura. "Un mundo feliz" es la novela más famosa del escritor británico Aldous Huxley, en la cual describe una distopía que anticipa el desarrollo de la tecnología reproductiva, el manejo de las emociones por medio de drogas que, combinadas, cambian radicalmente la sociedad. En el mundo de Huxley, la guerra y la pobreza han sido erradicadas, la gente es saludable, avanzada tecnológicamente, libres sexualmente y todos son siempre felices; sin embargo, ello tiene un precio, pues la humanidad es ordenada en castas donde cada uno sabe y acepta su lugar en el engranaje social, y la familia, la diversidad cultural, el arte, el avance de la ciencia, la literatura, la religión, la filosofía y el amor, han sido eliminados. Así, Huxley nos revela, en una aterradora predicción, hasta donde nos lleva esa necesidad obsesiva con la felicidad y todo lo que destruimos en el camino para ser felices.

Buscar la felicidad es siempre una cosa egoísta, porque básicamente trata sobre incidir positivamente en el estado de ánimo de uno mismo. Ser egoísta no es necesariamente malo, pero cuando nos importa más ser felices que la verdad y la felicidad ajena, es cuando empiezan los problemas. Cuando le mentimos a nuestros hijos sobre un ser mágico y especial, no es realmente por su bienestar, sino por el nuestro, porque verlo con la ilusión de un ser mágico nos hace recordar cuando eramos niños y la vida era más simple y bella. Pero, ¿Es necesario mentirle al niño para que sepa lo que es soñar? ¿Acaso los niños dejan de jugar a ser magos cuando les decimos que Harry Potter no existe? ¿Dejamos de querer ser superhéroes cuando nos dijeron que Superman no existe?

La cuestión con la verdad es que ella es objetiva, no tiene la intención de complacer a nadie, y se presenta como hechos y cifras que son, en muchos casos, duras, crueles y dolorosas. Por eso mentimos. Pero todo esto no es un gran descubrimiento, pues hay un dicho popular que dice: "Ojos que no ven, corazón que no siente". Lo cual se puede traducir como: la ignorancia es felicidad. Por eso, algo de razón tiene aquel adagio que dice "Si suena demasiado bueno para ser verdad, probablemente sea falso".

Quizás es la felicidad la que está sobrevalorada. A veces es necesario sentirse miserable, porque ese es el verdadero motor del cambio, lo que ha impulsado a lo largo de la historia los cambios políticos, sociales, económicos y tecnológicos que disfrutamos en la actualidad, porque es la infelicidad lo que nos hace querer estar, ser y vivir mejor. ¿Viste la película "Intensa-mente"? Ahí aprendimos lo malo que es privar a la gente de la tristeza.

Notas:
  1. BBC Mundo. "Contrato a un hombre para que finja ser el padre de mi hija". Disponible por: https://www.bbc.com/mundo/noticias-46288434
  2. El País. "Las personas religiosas son más felices, pero menos inteligentes". Disponible por: https://elpais.com/elpais/2016/03/10/buenavida/1457611124_400472.html
  3. Ídem.
  4. Financial Times. "Springtime for tyrants". Disponible por: https://www.ft.com/content/bd2a6e1c-6faa-11e0-952c-00144feabdc0
  5. The Atlantic. "The ‘To Be Sure’ Conservatives". Disponible por: https://www.theatlantic.com/ideas/archive/2018/07/to-be-sure/565094/

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