El Militarismo: ¿un refuerzo a la ideología patriarcal?

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Por Irene Castillo y Claudio Azia

Resumen

Este trabajo reconoce la crítica del feminismo sobre el poder y el control que se da en el sistema patriarcal, similar al enunciado por movimientos antimilitaristas, y señala su origen en esta educación con fuerte sesgo militar de los varones.

Asimismo, intenta destacar las coincidencias entre patriarcado y militarismo, reforzando los señalamientos que aporta el feminismo para poder lograr soluciones en la construcción de una sociedad más justa de varones y mujeres unidos por la paz.

Palabras Claves: militarismo-antimilitarismo, poder, soldado, batallas, sexismo, disciplina, educación militar, ética feminista.

Introducción

Solo hace 60 años (un período brevísimo en la historia de la humanidad) que el movimiento de mujeres ha comenzado a construir los espacios y dispositivos que le han permitido reivindicar y legitimar muchos de los derechos que la historia patriarcal les había negado. Muchas fueron las transformaciones, pero muchas más son las que aún faltan por lograr.

Empobrecidos en sus roles tradicionales y lejos de celebrar y acompañar a sus esposas, amigas y compañeras en estos cambios, los varones poco es lo que han podido reflexionar acerca del papel que esta misma historia patriarcal les ha asignado, interpretando estos logros como una forma de revelarse contra ellos y no como la manera de lograr el acceso al goce de los derechos tales como: justicia, salud, educación, vivienda, cultura. La mayoría de estos varones no advierten que ellos también son merecedores de nuevas y mejores formas de vida que los habilite a vivir sin tantas carencias y exigencias. ¿Qué sucedió en la historia reciente para que estos hechos estén ocurriendo?


Hacerse hombres: el paradigma del soldado

Desde sus orígenes, el feminismo ha analizado muy profundamente el tema del poder, especialmente en lo referido a la concentración del mismo en el universo masculino y a la exclusión y discriminación sistemática en el acceso de las mujeres a éste. Asimismo, se consideró esta exclusión no solo como una dominación de clases o de etnias, como se pensaba hasta entonces, sino también como una cuestión de género.

Como consecuencia de esta asimetría, el control ejercido sobre las mujeres ha sido otro peligro advertido y destacado por dicho movimiento. El feminismo realiza una aguda crítica sobre el poder y el control que se da en el sistema patriarcal, que coincidentemente es similar al denunciado por movimientos antimilitaristas sobre las formas de dominación; constituyéndose en maneras y lenguajes diferentes para hablar de un mismo fenómeno.

La intención de la dominación ha estado basada, tradicionalmente, en la lucha por acumular riquezas (existente en territorios o en la apropiación de la fuerza de trabajo) mostrando todo un conjunto de asimetrías y jerarquías donde los grupos que detentaban el poder estaban dispuestos a todo con tal de conservarlo.

El patriarcado fue y es, en este sentido, la concentración de la riqueza y el poder, o sea, de bienes materiales y simbólicos en unas pocas manos masculinas, manipulando el acceso a la salud, la justicia, la educación y la cultura de varones y mujeres a fin de perpetuar su existencia. De este modo, el patriarcado invisibilizó a las mujeres otorgándoles únicamente el rol de madres y esposas, negándole el acceso a la vida pública y educando a los varones como meros y torpes custodios de estos intereses a preservar, otorgándoles un empobrecido espacio de poder en la vida privada, legitimando el control y la autoridad conferida por el mismo sistema ideológico. Claro está que el precio a pagar no iba a ser escaso.

Ya han sido numerosos los escritos que se han referido a cómo los varones debieron mutilar sus emociones, prohibiéndoseles, negándoseles y obturándoseles la posibilidad de expresarse de una manera grata y genuina, exponiéndolos a innumerables situaciones de vulnerabilidad, sin embargo, es muy poco lo que se ha profundizado acerca de lo que subyace en la educación tradicional del varón.

Silvia Vera Ocampo (1987) escribió: “ Si a la mujer joven se le exigió el sacrificio de su libertad y de su intelecto en aras del rol doméstico y de su maternidad exclusivista, al varón se le exigió el sacrificio de su integridad física y aun de su vida cada vez que su grupo, su señor o su país así lo requirieron”. En otras palabras, ser hombre en la cultura patriarcal significa resignarse a la enorme encrucijada de compartir la totalidad de los estereotipos que ésta les ha asignado a los soldados. ¿Casualidad? Categóricamente no.

Los soldados en todos los tiempos de la humanidad debían y deben ser racionales, fríos, poco afectuosos, sometedores con sus víctimas, tener capacidad de mando, dominadores y capaces de urdir planes y estrategias de supervivencia, valientes, exitosos y competitivos. De este modo las organizaciones militares se garantizan el éxito de la batalla y la protección de su urbe. La idea de que todos los hombres compartan sus estereotipos de género con los roles asignados a un soldado refuerza la idea a la que, aun en la actualidad, los varones sienten la obligación de adscribir; este paradigma de hombre y su correspondencia con este modelo de varón militarizado explicaría, entonces, nuestra mal llamada naturaleza, exponiéndonos ante la situación forzosa de identificarnos con dicho modelo para gozar así del beneficio de ser considerados como hombres hechos y derechos (Azia, 2011).

Gilmore (1990) define a la masculinidad “como la forma aprobada de ser varón en una sociedad determinada”, agregando más adelante que “constituye un ideal impuesto culturalmente al cual los hombres deben adecuarse concuerden o no psicológicamente con el mismo”.

Es en este sentido que la educación militarista, impuesta a los varones durante toda su vida, será la base sobre la cual posteriormente se desarrollará la cultura patriarcal, donde la lógica amigo-enemigo, valiente-cobarde, más hombre-menos o poco hombre, entre otras, será la respuesta violenta y hegemónica desde la cual a posteriori se pensará y se obrará frente a los conflictos y a la organización vertical/autoritaria que potencian y justifican, en última instancia, el control y el orden totalitario de la cultura en la sociedad.

El militarismo es inherente al patriarcado y lo refuerza cuando introduce la visión del mundo en los valores patri-militares, existiendo una relación clara entre lo aprendido en los ejércitos (a través de su estructura, normas, valores) y lo vivido en la casa, poniendo a los varones en la obligación de trazar un paralelismo para así ser legitimados. El patriarcado promueve la educación de los varones como soldados, dentro de la misma cultura, exigiéndoles el sometimiento a dicho paradigma, promoviendo y hasta avalando las diferentes faltas de respeto hacia todos aquellos que disientan con dicho sistema.

Un hombre debe ser soldado o guerrero, sin considerar su opinión individual. Aun en nuestros días, todos los varones pueden ser enrolados en acciones militares en caso de guerra, convocatoria que no podrán eludir bajo ninguna circunstancia. De contravenir estas órdenes serán considerados desertores y, en innumerables situaciones, encarcelados o bien condenados a muerte. En este sentido la palabra desertor, conjuntamente con otras como traidor, exponen la despiadada brutalidad con que el mismo sistema condena, margina y discrimina a cualquier hombre que no se someta a estas bélicas imposiciones sociales, y solo dentro de estas reglas impuestas por este mandato de masculinidad patriarcal es que los hombres podrán ser valorados y respetados como tales.

Cuando cualquier país entra en estado de guerra, nadie les consulta si ideológicamente están de acuerdo o no con las causas de la misma, tampoco ningún varón tiene la posibilidad de ser interrogado sobre su voluntad de participar en el enfrentamiento, por el contrario, el mismo sistema determina que enrolarse como soldados a riesgo de volver muertos, mutilados o con severos daños psicológicos a veces irreversibles, es parte de los deberes de un hombre.

Si las mujeres fueron educadas y reducidas al papel de esposas y madres sin importar su extracción social, convalidándolas exclusivamente en el mundo de lo privado, del mismo modo los varones siempre fueron educados como soldados sin importar su clase social, su credo o su etnia. En todo caso se diferenciaron entre sí por cuestiones económicas, profesiones o de instrucción militar. En estas condiciones los más beneficiados adquirían ciertos grados de mando respecto de aquellos hombres de recursos o educación más limitada los cuales estaban expuestos a formar parte de las primeras líneas de fuego, claro que a este sacrificio se lo denomino por “la patria” y ha quedado consignado en la historia “oficial” como una muerte “con honor” (Azia, 2011).

Interpelar y deconstruir esta masculinidad limitada a este absurdo paradigma militarista, quizá sea el primer gran paso en la creación de una sociedad justa e igualitaria, de varones y mujeres que vivan en, por y para la paz.

El sexismo en la educación del varón

Mabel Burin e Irene Meler (2009) explican cómo el comportamiento de niñas y niños a través del juego es significativamente diferente, las autoras reflexionan que “mientras las niñas no se enfrentan cuando juegan y son conciliadoras en sus diálogos, los varones son más agresivos, inician más peleas y son propensos a establecer relaciones jerárquicas entre ellos”. Muchas personas, al referirse a esta cuestión, ven en esta práctica lúdica un carácter natural, asignándoles características biológicas, legitimando y naturalizando estos juegos infantiles como si el juego pudiera ser, acaso, una consecuencia directa de un determinado orden biológico.

Numerosas investigaciones demuestran que tanto la construcción de la masculinidad como la de la feminidad son consecuencia de un ordenamiento social donde varones y mujeres son educados/as e inducidos/as por una compleja maquinaria ideológica a comportarse de un modo diferente ya desde sus primeros años de vida. Si los juegos de varones son distintos a los de las niñas es sencillamente porque la forma en la estimulación durante la infancia es distinta: desde pequeños los varones son inducidos a competir antes que compartir, y a través de juegos como policías y ladrones, soldaditos, armas de juguete y, hoy, diferentes videojuegos violentos y de acción irán construyendo una identidad congruente con lo que a posteriori será el mismo modelo de masculinidad.

Si uno se detiene a repasar muchas de las frases con las cuales un joven debe convivir desde sus primeros procesos de aprendizaje recordara rápidamente que expresiones tales como: “compórtate como un hombre”, “está hecho todo un hombre”, “pelea como hombre”, “ese sí que es un hombre”, “hablemos de hombre a hombre” “sé hombre”, o preguntas como: ¿sos hombre o no sos hombre?, van cercenando, obturando y hasta condicionando la libertad de elección del varón, para que se vaya configurando su masculinidad de acuerdo a un modelo prefijado, donde el desvió de tales comportamientos impuestos culturalmente será severamente castigado.

Así es que cuando un niño muestra o experimenta acciones, actos o actitudes calificadas por los adultos o adultas como rebeldes o sencillamente opuestas a las normas vigentes aparecen afirmaciones tales como: “este niño necesita disciplina” o “este niño es indisciplinado”, exponiendo de manera clara y sin rodeos expresiones usadas en la instrucción militar para sancionar y corregir a un niño. ¿Por qué se utiliza la expresión disciplina y no educación? En este sentido, educar a un varón debe entenderse como disciplinarlo, sometiéndolo a las reglas estrictas de este paradigma de masculinidad.

Con la intención de ejemplificar esta situación nos referiremos a un hecho que hoy podemos encontrar en la Argentina. Se ha presentado un proyecto de ley promovido por el vicepresidente de la nación, señor Julio Cobos: “Ley de servicio cívico voluntario”, en el cual, con el objetivo de erradicar la pobreza infantil y contrarrestar la presión de la opinión pública frente al fenómeno de los chicos en situación de calle, se promueve el acuartelamiento de ellos, instándolos a una educación en distintos oficios y artes dentro del marco de una educación militar. Este acuartelamiento de la infancia reemplaza la creación de un proyecto educativo por la implementación de un modelo militar para disciplinarlos como hombres soldados. La pregunta obvia es: ¿en los ejércitos hay psicopedagogos/as, docentes o licenciados/as en ciencias de la educación? ¿Por qué resulta tan complicado desprenderse de este paradigma de masculinidad?

Lo curioso es que, no existiendo en la Argentina el servicio militar obligatorio, se intenta instalar en el ciudadano y la ciudadana la idea de que la militarización de la masculinidad es la solución para erradicar la desobediencia y/o la rebeldía masculina. Desde esta perspectiva puede entenderse porqué muchos países siguen considerando como imprescindible el servicio militar; obligando y coaccionando, bajos estrictos términos legales, a un varón a cumplir con un deber más allá de su voluntad personal (aún hoy existen 87 países en el mundo con Servicio Militar Obligatorio).

Lejos de pensar en esta ley Argentina como un hecho aislado, son muchos los países y los proyectos donde aun con un gran consenso por parte de los estados, instan a los niños desde muy temprana edad a acuartelarse bajo consignas como “hacerse hombres”, “ser héroe”, “ser patriota es ser soldado” (encontramos ejemplos en países como Colombia, España o Venezuela). Sergio Sinay (2006) revela que entre los años 2000 y 2005 en el mundo se libraron 90 guerras diferentes (incluyendo guerras civiles) estando integrados los diferentes ejércitos por un 95 % de hombres, existiendo en ellos cerca de 300.000 niños y adolescentes varones soldados.

Uno de los datos llamativos a destacar es que, cuando nuestros países están en guerra, muchos varones, aun con grandes disidencias con los gobiernos en cuestión, toman la decisión de enrolarse voluntariamente como soldados sin interpelar las diferentes intenciones que dicha guerra esconde. ¿Por qué? Una forma de interpretarlo es por la presencia que tiene en el imaginario colectivo la noción de que la masculinidad guarda una estrecha relación vincular con la idea de que todo varón debe ser un soldado.

En Latinoamérica, un continente muy hostigado por golpes de Estado, donde las diferentes fuerzas armadas tuvieron un activo papel como tristes protagonistas de asesinatos y desapariciones forzadas, se ha instalado la falsa creencia de que a través del orden y la disciplina se podrían corregir diferentes hechos de inseguridad social. Es muy frecuente oír de ciudadanos y ciudadanas, ante problemas que se plantean por hechos de violencia social, hacer mención con cierta añoranza a pasadas dictaduras militares, refiriéndose al orden y a la disciplina que se vivía en aquellos tiempos, sin interpelar el carácter genocida de dichos regímenes totalitarios.

Esta asociación del orden y la disciplina vinculado por el imaginario social a la paz, hace pensar en el carácter androcéntrico que esta ideología tuvo para encontrar adeptos y adeptas, entre ciudadanos y ciudadanas reproduciéndola a través del lenguaje, la educación, la formación y en la asociación que los varones especialmente tienen con esta militarización cuasi obligatoria de su masculinidad.

Cuando los varones realizan sus trabajos cotidianos, y consecuentes con este paradigma del soldado, resulta muy factible escucharles decir frases como: “con lo que yo me sacrifico”, “yo lucho por el bienestar de mi familia”, “yo peleo el sustento de mi familia”. ¿Por qué un varón hace hincapié en su sacrificio, su pelea o su lucha? Posiblemente, una respuesta sería porque en una cultura patriarcal ser hombre significa que, a pesar de su voluntad personal, se debe adscribir como condición necesaria y forzosa al siniestro paradigma del soldado, pues solo de este modo podrá ser respetado, valorado y legitimado como tal.

¿Será por eso que a la ropa de trabajo para quienes trabajan en las empresas la llaman uniformes?

El feminismo: el comienzo del fin de las ideologías hegemónicas

Han existido diferentes estrategias desde el feminismo respecto al tema militar, sin embargo, en algunos momentos ciertos sectores del movimiento feminista llegaron a poner énfasis en posturas de reivindicación de espacios militares como espacios de liberación femenina, sin tener en cuenta otros efectos secundarios de un protagonismo en territorios adversos para las mujeres.

Recién en el siglo xx, y especialmente en las guerras mundiales, las mujeres comenzaron a formar parte importante del engranaje militar, sobre todo en tareas asistenciales y burocráticas. Ellas cubrieron, eficientemente, las ausencias que dejaron los hombres que tenían que ir al frente e hicieron posible incrementar el número de efectivos en combate. Paralelamente a esta incorporación en masa, numerosos grupos de mujeres lideraron campañas pacifistas y, durante muchos decenios, los movimientos feminista y antimilitarista caminaron juntos oponiéndose a la ideología militar y a la exclusión social.

El feminismo nació con la expresa consigna de la equidad entre mujeres y varones, teniendo importantes avances a lo largo del siglo xx. Durante décadas, el movimiento de mujeres ha trabajado fuertemente para suprimir las desigualdades en las relaciones que la sociedad y la cultura mantienen entre los sexos. Los avances logrados por algunos países en estos campos han sido relevantes, teniendo, en la actualidad, un gran consenso social sobre la no discriminación por cuestiones de sexo.

Esta consolidación en la percepción social del tema del género ha permitido a las mujeres ser justas protagonistas a nivel mundial, por lo que sus ideas y valores han empezado a ser objeto de preocupación de las élites más conservadoras, mismas que han alentado propuestas para militarizar las posturas feministas con la intención de integrarlas más funcionalmente al sistema patriarcal. Los intentos por militarizar el feminismo consisten en despojarlo de sus contenidos más profundos y genuinos referentes al cambio de una sociedad de dominación por otra de respeto y tolerancia mutua.

Uno de estos intentos está siendo integrar a las mujeres en la lógica autoritaria/militar, para que éstas sean no sólo objeto, sino también sujeto y protagonista de la exclusión social. Se trata de un pacto por el cual algunas mujeres (una minoría) se integran en las organizaciones de poder, “masculinizándose” en sus ideas y comportamientos, pasando a ser agentes de dominación sobre la mayoría, incluidas las mujeres.

Encontramos casos de masculinización en el ejercicio del poder por mujeres como Margaret Tatcher en el Reino Unido, Indira Gandhi en India o Benhazir Bhuto en Paquistán, siendo la más clara de estas propuestas de militarizar el feminismo la constituida por la integración de las mujeres a las Fuerzas Armadas, ya sea de manera profesional, voluntaria o forzada.

Mediante la incorporación de las mujeres al ejército se intentan disolver los planteamientos feministas que apuntan a una sociedad sin dominaciones de género y, por extensión, a todo tipo de dominaciones. El militarismo busca mantener el statu quo social y está dispuesto a incorporar a algunas mujeres a estructuras de poder, siempre que repita los mismos esquemas patriarcales que dividen el mundo.

Que las mujeres empecemos a desempeñar papeles militaristas no nos parece sólo equivocado, si queremos mejorar la situación de hombres y mujeres en el mundo, sino también una forma de luchar contra nosotras mismas. En lugar de imitar las acciones de los hombres, deberíamos aprovechar el aspecto positivo de nuestra experiencia histórica para trabajar en el reordenamiento del cuadro de valores que, lejos de los valores militaristas, recuperen el equilibrio de la especie humana consigo misma y con la naturaleza (Mujeres Objetoras de Conciencia del Paraguay, 2004).

En sociedades con ejércitos institucionalizados se siguen produciendo violaciones a los derechos humanos, y concretamente de las humanas. Las denuncias de violaciones de civiles por parte de militares del ejército belga e italiano durante las misiones de paz de la ONU en Somalia, las denuncias oficiales de prostitución infantil en el Cuartel General del ejército italiano en Bosnia en 2004, o el comercio sexual y violaciones que se producen en las cercanías de cualquier base militar estadounidense, son ejemplos de ello.

En nuestros días la construcción de una ética feminista de liberación, los aportes en el mundo de la ecología y de las luchas por la paz y las libertades muestran que, aún sin saberlo o sin declararlo conscientemente, se está instalando una línea antimilitarista bastante clara. De tal manera que la ética feminista se ha ido conformando en la construcción de una ética humana de convivencia pacífica.

Cualquier estrategia que pretenda instalar la paz como un objetivo abiertamente alcanzable deberá, forzosa y necesariamente, generar diferentes acciones que favorezcan un cambio en las masculinidades y en la totalidad de las relaciones que como consecuencia de ellas se generen. Pues conlleva un enorme y gran peligro conceptual hablar de paz en la medida que se siga acuartelando en diferentes organizaciones militaristas a la totalidad de los hombres.

El modelo patriarcal preconiza desde tiempos inmemoriales la violencia, el enfrentamiento y el dominio, y resulta necesario sustituirlo por modelos de masculinidad más abiertos a la igualdad, la negociación, y la cooperación, para bien de la humanidad (Mujeres Objetoras de Conciencia, 2004).

Así como los hombres ejercen la violencia contra las mujeres para mantener sus privilegios de género y los Estados ejercen la violencia militar para asegurar su lugar hegemónico en el mundo, del mismo modo muchas corporaciones ejercen la violencia económica para mantener y acumular sus poderes económicos y políticos.

Cynthia Cockburn (2003) agrega que:

Podemos ver que estos “ismos”, nacionalismo, militarismo y fundamentalismo religioso tienen algo importante en común: se trata de que en sus relaciones de poder entre los géneros hay una dominación masculina. Algunas veces lo pienso así: que el patriarcado, el nacionalismo y el militarismo son como una especie de sociedad de admiración mutua. El nacionalismo ama al patriarcado porque este le ofrece mujeres que educarán verdaderos patriotas. El militarismo ama al patriarcado porque las mujeres del patriarcado ofrecen a sus hijos para que sean soldados. El patriarcado ama al nacionalismo y al militarismo porque estos dos sistemas producen hombres inambiguamente masculinos y, en general, mantienen a la mujer en su lugar.

Desde una mirada hegemónica, el poder no se concibe como un poder “para dos”, como tampoco se puede pensar en compartir beneficios y/o utilidades, por el contrario, la lógica patriarcal realiza un ejercicio del poder y control “sobre” otras personas con diferentes recursos.

Esto no significa que las mujeres no ejerzan poder sobre otras mujeres u hombres por edad, clase, cultura, etnia, raza, etc. Sin embargo, todas las mujeres como género están sometidas a la opresión patriarcal y al dominio público y político de los hombres y muchas veces, en lugar de oponerse al sistema patriarcal, aceptan la subordinación genérica a cambio de ejercer dominio sobre otras mujeres u hombres (Lagarde, 1995).

Consideramos imprescindible encontrar mecanismos para lograr una ruptura entre masculinidad, dominación, poder y violencia. Nunca tan acertado el axioma “lo personal es político”, en el espacio privado se comienzan a ejercitar nuevas formas de un poder compartido, allí también se ejerce mucha de la violencia.

También hay rupturas que se pueden hacer como movimiento social, con otras lógicas y éticas feministas, como cuando se interpelan las jerarquías en los lugares de trabajo, cuando se exige transparencia a los representantes de la comunidad, cuando no se practica la guerra privada en las relaciones íntimas, pero también cuando las acciones políticas (individuales y colectivas) no contribuyen a perpetuar los valores y actitudes detrás de una masculinidad militarizada.

Conclusiones: ¿porque una cultura de paz es imprescindible para el desarrollo?

Habitualmente, la falta de participación política no se ve como la violación a un derecho humano básico. Y muchas veces lo que se hace es agregar formalmente a mujeres a los procesos de paz oficiales, bajo conceptos de género errados, cumpliendo con un número, que lejos de cuestionar las relaciones de poder entre los géneros y las estructuras que las sostienen, las refuerzan.

Ellas están subrepresentadas en las organizaciones nacionales e internacionales tanto en periodos de conflicto como de post-conflicto.

Pero existen ejemplos concretos en distintos países del mundo acerca de lo que significa la real participación de las mujeres en los procesos de paz: en Guatemala, las mujeres expandieron la agenda de paz incorporando temas de justicia social, como la reforma agraria y los derechos de igualdad. En Liberia, luego de 14 acuerdos de paz, la Iniciativa de las Mujeres Liberianas tuvo éxito en movilizar el apoyo nacional para el desarme, previo a las elecciones. En Irlanda del Norte y Sur África, las coaliciones de mujeres introdujeron los valores de inclusividad y participación pública en el diálogo político. En Burundi, una coalición de mujeres hutus y tutsis lucharon juntas para asegurar su lugar en la mesa de negociación. En Chipre, el Medio Oriente, los Balcanes y el Sureste de Asia, las redes de mujeres se unieron en el conflicto que dividía su lucha por la paz, a pesar de las amenazas y los abusos de las estructuras políticas tradicionales (Anderlini, 2001).

La organización de las mujeres ha sido importantísima en estos procesos. Un desarrollo humano y un proceso de paz que no se cuestione la masculinidad hegemónica y tradicional y no aplique una lógica y ética feminista en sus acuerdos y cumplimientos, están condenando a sostener los conflictos armados a lo largo de la historia y, consecuentemente, las estructuras del patriarcado que los generan, los mantienen y los continúan legitimando.

Bibliografía

Anderlini , S. N. (2001). “Women, Peace and Security: A Policy Audit”. From the Beijing Platform for Action to UN Security Council Resolution 1325 and Beyond. London: International Alert. En: http://www.internationalalert.org/women/polaudit.pdf .

Azia , Claudio (2011). “El paradigma del soldado”. IV Coloquio Internacional sobre Estudios de los Varones y Masculinidades. Montevideo.

Burin , Mabel e Irene Meler (2009). Varones: género y subjetividad masculina. Librería de Mujeres Editoras (2 edición).

Cockburn , Cynthia (2003). “Militarismos, Fundamentalismos y Nacionalismos”. Contribución al panel de apertura del Encuentro Internacional de Mujeres contra la Guerra. Bogotá, Agosto. En: http://www.rutapacifica.org.co/nuevo_sitio/ponencia_cynthia.htm.

Gilmore , David (1990). Manhood in the making: Cultural concepts of masculinity. New Haven Yale University Press.

Lagarde , Marcela (1995). Género y Poderes. Heredia: Instituto de Estudios de la Mujer, Universidad Nacional Autónoma.

Mujeres Objetoras de Conciencia Paraguay (2004). Antimilitarismo y feminismo: el cuestionamiento a la cultura patriarcal de dominación.

Sinay , Sergio (2006). La masculinidad tóxica. Ediciones B grupo Z.

Vera Ocampo , Silvia (1987). Lo masculino y lo Femenino. ¿Condicionamiento o biología? Grupo editor Latinoamericano.

1 - Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires. Consultora de Proyectos Sociales. Presidenta del Grupo de Estudios Sociales, ONG dedicada a la investigación, capacitación y campa ñas en favor de poblaciones en riesgo social . C oautora del Manual de Género para Niñas, Niños y Adolescentes (mayores de 12 años), GES /CCEBA editores, Buenos Aires, 2010.

2 - Licenciado en Psicología por la Universidad de Buenos Aires. Investigador, miembro del equipo técnico del Grupo de Estudios Sociales a cargo del Área Masculinidades. Coautor del Manual de Género para Niñas, Niños y Adolescentes (mayores de 12 años), GES /CCEBA editores, Buenos Aires, 2010.

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